Algunas veces, los hilos del destino provocan situaciones que nunca te esperabas vivir. Esos hilos vienen de allá arriba, de la mano de ese Jesús de Nazaret que te llega en el momento preciso y te llama para que seas protagonista de un acto determinado.
Eso me ocurrió a mi, queridos amigos del blog, cuando mi buena amiga María Arévalo se puso en contacto conmigo con la intención de orientarla, pues quería donar un maravilloso Rosario de gran antigüedad (más de 200 años), gran valor sentimental y también valiosísimo a nivel artístico y económico.
En el momento en que me indicó que el Rosario era una primorosa obra de arte de la afamada orfebrería cordobesa ya sabía quién podía ser la Dolorosa destinataria de tan importante ofrenda. ¿Quien si no, nuestra querida Virgen de las Lágrimas, que nos llegó de Córdoba, para mayor gloria de nuestra ciudad, de sus cofrades y fieles y que engrandece arte y la imaginería de nuestra Semana Santa?
Pues, dicho y hecho, nos presentamos en el estudio del vestidor y extraordinario artesano del bordado que es Francisco Javier García Molina, que junto con su compañero Martín Suarez Muñóz, engrandecen el arte del bordado a mano, restauraciones de piezas antíguas de bordado y vestidores de imágenes de Semana Santa, y nada más verlo, nos dijo que le parecía magnífico que nuestra Virgen de los Clavitos engrosase su ajuar de donaciones con una obra de orfebrería de tanto valor.
El Rosario ha quedado en manos de Javier (lo ha lucido la Reina de la Merced en los cultos de la cofradía) y pendiente de que la Cofradía de los Estudiantes tenga la deferencia de -aunque sea en un acto íntimo y sencillo-, reciba tan precioso obsequio y pueda agradecer a María Arévalo su hermoso y desinteresado gesto.
Pero María, no solo apareció con el Rosario en casa del bordador, si no que aportó una carta que seguidamente os reproducimos y que da más valor a este "detallazo" de la donante.
UNA HISTORIA FAMILIAR
(A la memoria de Concepción La Calle Román, la Tía Concha.)
Sonaba el toque de ánimas de la parroquia de San Lorenzo engarzado con los de las iglesias de las cercanas collaciones de San Rafael y San Andrés. Anochecía en aquella tarde otoñal de noviembre de 1810. Rafael, joyero y orfebre de profesión, había apurado las últimas luces de la tarde en su taller del tabuco que tenía alquilado en la cordobesa calle Abejar.
Encendió unas velas para terminar el encargo que tenía pendiente de Cristóbal Cantero, un ilustrado de Córdoba, cuya pretensión era ofrecerlo de regalo a su prometida, María Francisca Sanchez, natural y habitante de la población de Montemayor.
El trabajo consistía en un rosario con cuentas de nácar, enlazadas con eslabones de plata y calado primoroso. Cerraba su labor un Cristo crucificado, montado sobre una cruz de filigrana hueca. Habían sido muchas horas hasta conseguir un trepanado inspirado en arabescos de la antigua joyeria del califato.
Eran épocas peligrosas. La guerra de la Independencia estaba en plena ebullición, y aunque en junio de 1808 el General Castaños había entrado en Córdoba, en enero del año que corría de 1810 no solamente habia vuelto a mano francesa, sino que Jose Bonaparte, nombrado emperador de España por su hermano Napoleón con el título de “Jose Primero”, se habia instalado en la ciudad al socaire de su clima benigno, belleza de calles y apoyos recibidos por la burguesía liberal.
Restringida las posibilidades de viajar por las circunstancias bélicas, moverse por el entorno de las poblaciones cercanas a Córdoba era difícil, y aun más llegar hasta Montemayor.
Era prefecto alcalde de la ciudad, Domingo Badía Leblich, un geógrafo catalán que estaba modernizando la ciudad de Córdoba con nuevos cementerios, servicios sanitarios, aguas, etc. Hombre asequible a la ciudadania, le había solicitado unos encargos a Rafael y gracias a eso mantenían cierto grado de amistad.
Las dificultades de tránsito para que Cristóbal pudiera llegar a Montemayor y entregar el regalo a María Francisca, fueron resueltas mediante un pasaporte para poder viajar, gestionado por el alcalde Domingo Badía y firmado por el propio Jose I.
Sello y moneda de la época.
El pago se hizo con una moneda de 80 reales de oro con la efigic de Jose Bonaparte.
Cristóbal, se casó con María Francisca; su hija Francisca de Asís Cantero Sánchez se casó con Jenaro La Calle Berzosa; el hijo de ambos, Jenaro La Calle Cantero, se casó con Francisca Román León; su hija Francisca La Calle Román se casó en 1909 con José Badía Rivas, catalán afincado en Córdoba por motivos laborales; de este matrimonio nació Elvira Badia La Calle, que a su vez casó con Francisco Arévalo Montoro, en manos de cuyos descendientes familiares ha sido cedido el rosario.
Una historia que curiosamente empieza con un Badía y se cierra con otro.
Casualidades del destino.
Asi me lo contaba mi tía abuela, Concepción La Calle Román, la “tía Concha”, cuando en mis años de estudio en Córdoba, la visitaba en su domicilio de Santa María de Gracia 10 todos los fines de semana, para escuchar este y otros muchos relatos sobre la familia.
¿Fue así realmente?
No lo se. Pero así se conservó en mi memoria.
Juan Manuel Arévalo Badía (Chozno o cuadrinieto de Cristóbal Cantero)
No hay comentarios:
Publicar un comentario