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viernes, 31 de enero de 2014

Carta Pastoral: “Simeón y Ana, dos ancianos”.


Muy queridas personas mayores:
1. Jesús, en la Fiesta de la Presentación, llegó al Templo de Jerusalén en brazos de la Virgen María, junto a San José. Iba a ser presentado al Señor, como mandaba la ley judía, cuarenta días después de su nacimiento. Sus padres ofrecieron, como rescate simbólico, la ofrenda de los pobres: una par de tórtolas (cf. Lc 2, 24). Sólo Simeón y Ana, movidos por el Espíritu Santo, reconocieron al Mesías en aquel Niño.
El anciano Simeón, hombre justo, tomó al Niño en sus brazos y bendijo a Dios diciendo el siguiente canto, pletórico de alegría: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2, 29-32).
Ana, muy anciana y viuda durante muchos años, servía en el Templo a Dios con ayunos y oraciones. Al encontrarse con el Niño y sus padres “alababa también a Dios y hablaba del Niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén” (Lc 2, 38).
Los cuatro, dirá san Bernardo, iniciaron con el Niño la procesión que, con cirios encendidos, celebra ahora la liturgia cristiana en todos los rincones de la tierra (cf. Sermón en la Purificación de Santa María, I. 1).
Los cirios encendidos, en nuestras manos, son símbolo de nuestras vidas que se consumen, poco a poco, como ofrenda a Dios, mientras iluminan tinieblas y oscuridades en nuestro entorno.
2. Con ocasión de esta Fiesta quiero recordar a las personas mayores que la Iglesia ha tenido siempre un gran respeto y aprecio por ellas. Son una verdadera bendición para las familias, para las comunidades cristianas y para la sociedad, pues cada generación aprende de la sabiduría y experiencia de la generación que la precede.
Los largos años ofrecen la oportunidad de apreciar tanto la belleza del don de la vida, como la fragilidad del espíritu humano. A medida que el curso normal de la vida crece en años, la capacidad física disminuye, pero al tiempo crece su capacidad espiritual. A pesar de estas limitaciones, sin embargo, siempre la vida es bella y nunca el anciano debe dejarse atrapar por la tristeza. Un rostro alegre, a pesar de todos los pesares que lleve sobre sus hombros, es la mejor imagen de la persona mayor.
El que será declarado Santo próximamente, Juan Pablo II, decía a los ancianos: “La Iglesia os necesita. Pero también la sociedad civil necesita de vosotros… Sabed emplear generosamente el tiempo que tenéis a disposición y los talentos que Dios os ha concedido… Contribuid a anunciar el Evangelio… Dedicad tiempo y energías a la oración” (Carta a los ancianos, 1 de octubre de 1999).
Cada uno de vosotros, en cualquier etapa de la vida, es querido y amado por Dios. Cada uno es muy importante y necesario a los ojos de Dios. Lo fueron Simeón y Ana aquel día en el Templo, en aquella procesión tan reducida en número pero de tanta calidad. Hoy lo son otras muchas personas mayores que también han descubierto en el Niño al Mesías-Salvador, que se acercan con alegría a Él y lo toman en sus brazos. Dan gracias a Dios por ello y lo anuncian y enseñan a los demás.
3. No hace mucho tiempo revisaba con el Consiliario diocesano y Presidenta del Movimiento “Vida Ascendente”, tan implantada en nuestra Diócesis, sus logros y carencias, sus preocupaciones e ilusiones. Gracias por vuestra cercanía y ayuda a tantas personas mayores. Los frutos de esta atención pastoral, me comentaban, debería llegar a otras muchas parroquias. Me pedían lo diera a conocer sobre todo a los párrocos y así lo hago, con la advertencia de que son grupos que funcionan con un responsable laico y no se precisa la presencia del sacerdote ordinariamente. Están a vuestra disposición.
En esta Fiesta anual de las personas mayores que celebramos todos los años en el Seminario Diocesano pediremos por todos. Sepan que la Iglesia les quiere, les necesita y cuenta con vosotros. Sentíos siempre amados por Dios y llevad a los demás el mensaje que Dios nos ama y espera para una eternidad feliz. Es nuestra vocación.
Les pedimos un favor: Que oren por la Iglesia de Jaén, por las vocaciones y por los pobres o carentes de recursos. Feliz fiesta.
Con mi saludo agradecido y bendición.
Ramón del Hoyo López
Obispo de Jaén

Texto y fotografía: gentileza Vicaría de Comunicación, Obispado de Jaén.

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